En función del comportamiento de la madre y el padre en relación a su hijo, el pequeño puede desarrollar uno de los siguientes tipos de apego. Cada uno, condiciona que un adulto sea más o menos sano emocionalmente y que sepa, de forma adaptativa, gestionar sus emociones:
Apego seguro: El niño se siente seguro, valorado y aceptado. Sabe que su cuidador no le va a fallar. Como resultado, observamos niños seguros de sí mismos y que tienen relaciones saludables una vez ya son adultos.
Apego ansioso y ambivalente: El pequeño no se siente seguro y acostumbra a desconfiar de sus cuidadores. Observa su entorno con inquietud y desconfianza. Cuando es mayor acostumbra a obtener relaciones de dependencia con otros individuos.
Apego evitativo: Siente y asume que sus cuidadores no van a estar para ayudarle. Se siente poco valorado y querido. Esto le hace sufrir y se acostumbra a estos sentimientos. En la edad adulta se transmite en relaciones problemáticas.
Apego desorganizado: El niño tiene conductas destructivas, su estado de ánimo es cambiante. Cuando es mayor manifiesta mucha frustración e ira, no se siente querido ni valorado en las relaciones